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Amor Fati, actitud y Epicteto ataca de nuevo

  • Foto del escritor: Andrés Urbano
    Andrés Urbano
  • 5 feb 2020
  • 6 Min. de lectura

"Date prisa, Lucilio, en vivir, y piensa que cada día es una vida." Séneca, Cartas a Lucilio.



El emperador Marco Aurelio era, literalmente, el hombre más poderoso de la Tierra durante su vida. Comandaba un ejército, el mejor del mundo, temido en todos los confines de tres continentes distintos. Con solo una palabra de su boca podía conseguir prácticamente cualquier cosa que deseara.


Para nosotros, acostumbrados al sistema democrático y a la separación de poderes, nos resulta difícil imaginar cómo debía ser un poder tan absoluto. Es más, incluso hoy, donde nuestros gobernantes tienen su poder infinitamente más acotado del que Marco Aurelio tenía, caen sin remedio en la corrupción o el abuso. Se convierten en esclavos de la necesidad de acumular más riqueza y poder. ( Decía Séneca en la Carta XXXVII a Lucilio: "a muchos gobernarás si la Razón te gobierna a ti").


Pero Marco Aurelio era distinto. Era el emperador de Roma, y perfectamente consciente del hecho de que cualquier placer momentáneo estaba al alcance de su mano, sin ningún límite.


Al contrario que su hijo Cómodo, que le sucedería en la púrpura imperial, se mantuvo al margen de los placeres hedónicos, el abuso del alcohol y los sádicos espectáculos de los que su oveja negra gustaba de ver en el Coliseo.

«Te diré cuál es el verdadero placer y de dónde viene: de la buena conciencia, de las rectas intenciones, de las buenas acciones, del menosprecio de las cosas del azar, del aire plácido y lleno de seguridad, de la vida que siempre pisa el mismo camino». Séneca, Cartas a Lucilio, Carta XXIII.

¿Cómo sabemos que se resistió? ¿Cómo podemos conocer de su determinación de mantenerse firme en medio del inmenso poder que acumulaba? Por suerte nos legó sus memorias, que nunca tuvo intención de publicar y que él siempre usó como descargo del enorme peso que sostuvo sobre sus hombros, y que podemos encontrar con el nombre de Meditaciones.


Esta obra suya, sus más íntimos pensamientos, se convertirían en la piedra angular de una escuela filosófica de más de dos mil años de antigüedad llamada estoicismo.


Como ya hemos expuesto de manera práctica en anteriores posts (puedes leerlo aquí), los estoicos observamos la vida y los acontecimientos que de ella se derivan desde dos categorías diferenciadas: los eventos que controlamos y los eventos que no controlamos.


El estoico Epicteto empieza su obra El Enchiridion con el fundamental axioma del estoicismo, que es nada más y nada menos que asumir que la mayoría de las cosas que pasan simplemente no dependen de nosotros.


Pensad en cosas exteriores a nosotros como nuestros amigos, compañeros de trabajo, familiares, la economía, el número de likes en Instagram, lo que dicen los políticos o el deterioro que sufren nuestros cuerpos con el paso del tiempo.


Sí, podemos influir en estas cosas, pero incluso si lo hacemos todo bien, la economía puede colapsar de todas formas, nuestro dinero puede largarse, o nuestros seres queridos pueden decepcionarnos o morir.


Al final del día, no hay absolutamente nada que podamos hacer para evitar los infortunios que puedan ocasionalmente azotar nuestras vidas. Vale, vale, guau, vamos a echar un poco el freno, te has pasado tío. Tranquilos, esto puede sonar deprimente y pesimista, pero no os preocupéis, que también hay aspectos de nuestra vida que dependen de nosotros.


Si continuamos nuestra lectura de Epicteto donde la dejamos, sí que hay cosas en las que podemos influir, como por ejemplo en nuestras opiniones, nuestras propias acciones,..., en otras palabras, en la actitud que tenemos frente al mundo que nos rodea y que marca significativamente la manera de relacionarnos con él.


Nos comenta nuestro amigo Epicteto que deberíamos focalizarnos en las cosas que podemos controlar y despreciar o minimizar la importancia de aquellas que no podemos controlar.


Alguien que está severamente enfermo claramente no tiene control sobre su enfermedad. Afortunadamente tenemos la Medicina para paliar los síntomas o buscar tratamientos que permitan al paciente recuperarse, pero los resultados de estos tratamientos tampoco dependen de nosotros. Sin embargo, la persona enferma puede decidir qué actitud tomar frente a su desdichada situación, todo esto dicho pensando en todos los matices existentes y en qué sobreponerse a una enfermedad nunca es sencillo y que depende de recibir el tratamiento adecuado. Pero no se trata de curarse sólo por el hecho de pensar que uno quiere curarse. Ante un cáncer lo más efectivo es la quimioterapia. Tiene que ver con que la actitud que tenga el paciente hará más o menos llevadero su situación y la de sus seres queridos, independientemente de cuál sea el desenlace.


Según Epicteto, que de esto sabía más que yo, cuando la enfermedad es plenamente interiorizada y aceptada, y la posibilidad de morir también, el ser humano puede alcanzar cierto estado de paz mental, de tranquilidad consigo mismo en medio de la calamidad. Sobra decir que esto no es consejo médico, para eso acudid a los profesionales, esto es Filosofía.


También, una mente calmada y serena puede actuar de forma lógica y racional, lo que, probablemente, hará la vida de esa persona mejor y, si bien podrá o no ayudar a su recuperación, al menos la hará pacífica y llevadera. Esta forma de enfocar los problemas de la vida, impregna de dignidad y gravedad (la famosa gravitas) la existencia del ser humano, lo que en palabras de Epicteto definía como “vivir y morir como un dios”.


La Ética estoica está formada por diferentes valores. En todo el tiempo que llevo escribiendo y profundizando en el tema no he encontrado una fórmula mágica al estilo de los Diez Mandamientos o el Noble Óctuple Sendero de los budistas, pero sí he descubierto que el estoicismo apunta a vivir la vida de acuerdo con la Naturaleza. La Naturaleza referida a un Todo, al Universo y a nuestro rol como seres vivos dentro de ese Universo, y ese rol nos coloca en una posición inmejorable para actuar utilizando nuestro potencial innato en beneficio de toda la Humanidad. Por eso Epicteto nos recuerda que no debemos actuar en contra del curso natural de las cosas, sino aceptarlas como algo inherente a nuestra vida.


Al contrario de lo que podáis pensar o alguna gente piensa, los estoicos no son seres humanos sin emociones ni sentimientos. Simplemente ven la emoción o el sentimiento como algo humano que hay que sentir y disfrutar, utilizando la Razón para evitar que dicha emoción nos domine por completo. Es como el mito del carro alado de Platón (para los que no lo conocéis), se trata de utilizar el caballo, de mantener sujetas las riendas y guiarlo, no de dejar que vaya donde quiera porque entonces su fuerza es inútil.


Esta forma de aproximarse a las emociones es bastante terapéutica no sólo porque nos hace ser más conscientes de lo que sentimos y nos permite analizar porqué lo sentimos, sino porque también nos permite ver las emociones con la sensación de que son como olas que avanzan y retroceden. De esta manera nunca te sobrepasan, porque las ves desde fuera, eres consciente de su movimiento y de que vienen y van.


Y después de esta perorata vamos a llegar al meollo del asunto, a explicar un concepto que compartían tanto Marco Aurelio como Epicteto y Séneca, y nuestro amigo Lucilio intenta perseguir por todos los medios, Y este es el concepto de "Amor Fati". Esta preciosa frase latina se puede traducir como amor al destino, y designa la actitud de quien ve todo lo que ocurre en la vida, bueno o malo, como necesario, que forma parte de un proceso, que va forjando el destino, un destino que uno mismo construye día a día. Esta idea está muy relacionada con el Tikún de los judíos y su expresión "Gam Zu Letovah" (todo esto es para mejor).Resumiendo, en lugar de huir de todo aquello que nos hace sufrir, nos provoca dolor o nos desagrada, abrazar las sombras, unirse inquebrantablemente a lo desconocido, a lo que nos supone un reto, porque lo que esta expresión nos adivina es que, si eso lo hacemos con buena voluntad y ánimo, cuando ese trance termine, seremos una mejor versión de nosotros mismos. Ese es el superpoder del ser humano para impulsar su propia agenda dentro del inexorable destino del Universo.


La vida es corta y por eso es importante centrar nuestra energía las cosas que realmente importan, y dejar las que no son importantes simplemente existir. Especialmente hoy en día, el estoicismo puede ser un valioso instrumento para servirnos de guía, para no flotar a la deriva en un mar de estímulos y distracciones. Por todo esto y hasta la próxima vez que nos encontremos, os deseo un buen camino hacia la Vida Buena.

 
 
 

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