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Decamerón, Séneca otra vez y Boccaccio

  • Foto del escritor: Andrés Urbano
    Andrés Urbano
  • 13 mar 2020
  • 3 Min. de lectura

"Esta peste cobró una gran fuerza; los enfermos la transmitían a los sanos al relacionarse con ellos, como ocurre con el fuego a las ramas secas, cuando se les acerca mucho. Y el mal siguió aumentando hasta el extremo de que no sólo el hablar o tratar con los enfermos contagiaba enfermedad a los sanos, y generalmente muerte, sino que el contacto con las ropas, o con cualquier objeto sobado o manipulado por los enfermos, transmitía la dolencia al sano."

Primera Jornada, el Decamerón, de Boccaccio.



La Peste en Tournai, siglo XIV
La Peste en Tournai, siglo XIV

La Peste Negra, también llamada Muerte Negra, o simplemente la Gran Mortandad, fue una epidemia provocada por la bacteria Yersinia pestis, y que, como el COVID-19, vino de Oriente, y sólo en Europa costó la vida a 25 millones de personas. Los testimonios son aterradores. Los campesinos caían muertos en los campos, en los caminos o en sus casas, y los que sobrevivían se hallaban presos de una apatía total, dejando el trigo maduro sin segar y el ganado desatendido. Esto ponía en peligro la economía del siglo, que dependía de la cosecha de cada año para comer y para hacer la siembra del año siguiente. La disminución alarmante de la mano de obra bien pronto se hizo patente y acarrearía graves problemas que examinaremos más adelante. "Quedaron tan pocos siervos y trabajadores que nadie sabía a quien pedir ayuda" escribió Knigbton. La idea de un futuro sin futuro, valga la redundancia, creó un sentimiento de demencia y desesperación. Un cronista bávaro cuenta que "los hombres y las mujeres deambulaban como si estuviesen locos y dejaban que su ganado se perdiese porque ya nadie quería preocuparse por el futuro".


En cierto modo la respuesta emocional de la gente se vio embotada ante tanto horror y, tal como escribió otro testigo de la catástrofe: "En aquellos días había entierros sin pena y matrimonios sin amor".


La situación actual dista mucho de la antes descrita, pero quería traerla a colación porque precisamente su contraposición con la pandemia del COVID-19 constituye un ejercicio de gratitud que deberíamos hacer todos. Gratitud ante una sociedad preparada y formada, gratitud ante unos profesionales sanitarios que están día a día luchando contra la enfermedad sin pensar en su propia seguridad respaldados por un sistema sanitario y unas leyes que articulan un Estado de Derecho como el que jamás habrían podido imaginar las víctimas de la terrible Peste Negra.


Este artículo no pretende ser ninguna guía médica. En estos casos, lo mejor es hacer caso a los facultativos y las autoridades. Es hora de ser responsables y de hacer alarde de sentido cívico y capacidad de sacrificio.


Simplemente escribo estas líneas como pliego de descargo, y como manera de poner en orden ideas, porque si precisamente algo sirve la filosofía estoica es para ser luz en momentos difíciles.


La primera de estas ideas, y quizá la más importante, sería la de tener claro los tipos de problemas existentes (lo analizamos en este post), y analizar de manera serena que es lo que podemos hacer, que es lo que está en nuestra mano para colaborar y hacer la espera más llevadera para nuestros espíritus.


El estoico, en medio de la adversidad, tiene el deber moral de erigirse en pilar de la serenidad y el autocontrol, algo que, desde la Antigüedad, los filósofos han tenido claro, sin negar en ningún momento que en la naturaleza humana está el miedo, la incertidumbre y los conatos de desesperación. Séneca decía "he aquí una cosa grande: tener la debilidad de un hombre, y la seguridad de un dios."


Otro hecho importante radica en el exceso de información con la que alimentamos nuestro cerebro fruto de la situación de emergencia actual. Quizá, más que nunca sea pertinente citar otra vez de nuevo al sabio de Corduba, "pesa las opiniones, no las cuentes".


En definitiva, la realidad es que debemos aprovechar estos momentos para darnos cuenta de que debemos disfrutar de los momentos agradables y aprender de cada aspecto de nuestra existencia, todo hecho, aunque sea traumático, encierra una enseñanza y una oportunidad de mejorar y conocerse. Recordaremos las palabras de Séneca por última vez hoy,"vivir siempre en la comodidad y pasar sin una pena en el alma es ignorar la otra mitad de la naturaleza".


Lavarse las manos, mantener la calma, ser responsables con la información que recibimos y transmitimos y sobretodo, aprender de nosotros mismos. Hasta la próxima, os deseo un feliz camino hacia la Vida Buena.

 
 
 

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